19 oct 2010

PRESOCRÁTICOS (VIII): La escuela de Elea - Jenófanes


De la escuela eleática, que adopta su nombre de la ciudad llamada Elea, localizada en el suroeste de Italia, se suelen destacar a sus tres principales representantes: Jenófanes de Colofón, Parménides y Zenón de Elea. Parménides es sin duda la cabeza visible de la escuela. Sobre él influyó enormemente el propio Jenófanes y la escuela pitagórica, y el propio Parménides fue la fuente de la que bebió posteriormente no sólo la escuela eleática (con Zenón de Elea y Meliso de Samos como principales seguidores y defensores del pensamiento parmenídeo), sino los que han sido llamados los padres de la Filosofía Occidental: Sócrates y Platón.
La característica común más destacada de la escuela eleática es la defensa del “monismo estático”. Expliquemos esto: el monismo estático es la creencia en un único principio (arché o arjé) del que deriva todo lo existente, pero un principio que es en sí mismo estático, inmóvil y que permanece igual a sí mismo por toda la eternidad sin variar de forma, lugar o características esenciales. Esta posición filosófica comienza a insinuarse tímida¬mente en Jenófanes y es ya claramente sostenida por Parménides y Zenón.

Veamos al primero de los eleatas:

Jenófanes nace en Colofón (Asia menor, desde la que se trasladará a la Magna Grecia, afincándose en Elea) entre el 580 y el 570 a. C. y al parecer fue bastante longevo ya que algunos comentaristas aseguran que rebasó ampliamente la edad de noventa años.




En cuanto a su pensamiento, según todos los indicios comenzó interesándose por cuestiones cosmológicas al modo en que lo hicieron los milesios para, más tarde y tras entrar en contacto con la escuela pitagórica, dedicarse al estudio de la divinidad. Su teología tiene como pilares fundamentales la crítica del antropomorfismo teológico (que no es otra cosa que la atribución de características humanas a las divinidades) y de la amoralidad que la mitología les atribuye a los dioses; la defensa de la eternidad divina y la apuesta por el monoteísmo en oposición al politeísmo tradicional en la cultura griega.

Jenófanes es el primero que va a hablar de un Dios, distinto en materia y forma a las criaturas que de Él se derivan y que posee un compromiso moral con su creación.
La crítica de Jenófanes al antropomorfismo de los dioses es
al mismo tiempo simple y demoledora: si los caballos, las cigüeñas o las ballenas pudiesen pintar, representarían a los dioses con forma de caballos, cigüeñas y ballenas respectivamente. La conclusión es sencilla: Las representaciones divinas son relativas a quien las hace y por tanto falsas .
Entre los griegos, especialmente entre la clase noble, el “viaje formativo” era una actividad que proveía a los curiosos y estudiosos de la época de valiosa información con respecto a otras culturas y pueblos. Jenófanes viajó de polis en polis griega (incluso Plutarco llega a decir que visitó Egipto) y en estos viajes pudo comprobar cómo cada pueblo daba una representación local a las divinidades, dependiendo de sus costumbres y formas de entender la vida ¿Cómo es esto posible? Si existen unos Dioses responsables de la creación del Cosmos ¿no deberían ser estos los mismos en todos los lugares? ¿Cómo es posible que sean distintos en número, forma, función, etc. y además siempre sean estos revestidos con un aspecto propio de la cultura que los adora? La respuesta para Jenófanes es simple: el hombre ha inventado a los Dioses que adora y por ello los representa en cada lugar del único modo que los puede imaginar, en función de sus costumbres y su propia manera de entender el mundo.

Jenófanes va a tratar de circunscribir el problema teológico a los propios límites de la lógica: Si todo lo que existe procede de una primera sustancia, a la que llamamos Dios, esta debe ser eterna. Del Dios del que todo surge no se puede decir que haya surgido, que haya nacido, sino que debe existir desde siempre y al mismo tiempo debe ser una sustancia inmóvil (este es el “monismo estático” propio de la escuela: todo surge de una Unidad, en este caso Dios y con Parménides será el Ser, que no ha cambiado en toda la eternidad). Esta es la manera en la que Jenófanes defiende su concepto de Dios como forma superior de “ser”: si todo surge de una primera sustancia que es superior a todo lo que existe (lo que existe es temporal, mientras que Dios es eterno: el “ser” de Dios es más perfecto que el “ser” de las cosas), esta sustancia tiene que ser desde un principio perfecta en sí misma y por ello no necesita del movimiento, de ningún cambio. Por ello, de hecho, escapa de la cadena del movimiento también su nacimiento y su muerte: Dios no ha nacido, no procede de nada, sino que “es” desde toda la eternidad y, puesto que no ha nacido, tampoco puede morir.

Jenófanes pasa por ser el primer pensador que va a atribuir las notas de perfección absoluta propias de aquello que llamamos Dios. Incluso su relativo monoteísmo (el atribuir un monoteísmo en sentido actual a Jenófanes parece no ser muy acertado, como veremos a continuación) es defendido frente al politeísmo por esta perfección que lleva implícito el propio “ser” de Dios: la idea de la pluralidad de dioses llevaría consigo relaciones de subordinación y supremacía, lo que haría inevitables las disputas y conflictos entre ellos. Actitudes de este tipo no pueden ser atribuidas a la divinidad y por tanto habrá que convenir en que sólo admitiendo la existencia de un único Dios es posible escapar de tales consecuencias.
Así mismo dice Jenófanes que poetas como Homero o Hesíodo han atribuido características y actos inaceptables para los Dioses: robo, adulterio, engaño… Pero esto sólo son características humanas que son transferidas a los Dioses por nuestra propia incapacidad para comprender aquello que nos supera: el Ser perfecto que es Dios. A la divinidad no se le puede atribuir la imperfecta naturaleza humana ya que su ser estriba precisamente en la absoluta perfección.

Señalaré aquí que muchos opinan que Jenófanes no llegó a una concepción monoteísta tal y como la que se contempla en las grandes religiones posteriores (judaísmo, cristianismo e islamismo) ya que el filósofo utilizó, parece que indiscriminadamente, el término “dios” y “dioses” indistintamente en sus exposiciones. Muchos creen por ello que más que monoteísta, Jenófanes defendió un politeísmo jerarquizado en el que un Dios era superior al resto de dioses. De todo esto la culpa puede provenir del fragmento que Clemente de Alejandría nos hace llegar de Jenófanes y que puede ser una transcripción interesada para ubicarle como el primer monoteísta, como el primer griego que intuyó la gran verdad cristiana que aún estaba por venir:

"Un dios, el más grande entre los dioses y los hombres"

La cuestión estriba en que si consideramos literalmente la sentencia veremos que en la misma se habla de “un dios” y de “dioses”, por lo que no queda claro que solo tenga en consideración a un dios único. Hay quien por el contrario opina que la referencia a los “dioses” en este fragmento hace referencia a los “falsos dioses” adorados por los griegos por culpa de los erróneos conocimientos transmitidos por los poetas (Homero y Hesíodo). Yo, por mi parte, creo que esto es mucho suponer ya que en la frase no se da información suficiente para afirmar esto último, que los “dioses” a los que se refiere Jenófanes sean falsos “dioses”, y por ello no se le puede atribuir tal intención. Lo más sensato, en mi opinión, es situar a Jenófanes en una especie de “tierra de nadie”, a medio camino entre el monoteísmo y el politeísmo y teniendo claro, eso sí, que aun admitiendo que creyese en la existencia de múltiples Dioses, destacaba en importancia a Uno de ellos, un Dios por encima del resto, como fuente y origen del Cosmos y la leyes que lo regulan.

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