15 abr 2010

Una anécdota que se repite en el tiempo


Cada cierto tiempo tiene que ocurrir. Alguien se me acerca y me suelta algo del tipo: "¿Por qué estudiaste Filosofía?", "¿Cómo te puede gustar eso?", "¿Eso para qué sirve?" o directamente (como hoy mismo me han dicho): "¡Vaya pérdida de tiempo!".

¿En qué clase de mundo vivimos? Es decir, me sorprende encontrarme con tantísimas personas que vean como algo tan tremendamente extraño e inútil el hecho de pensar ¿No se supone que somos seres racionales? ¿No se supone que el hombre se distingue del resto de lo existente precisamente por su naturaleza inteligente, por su capacidad de reflexionar y buscar las respuestas derivadas de su propio modo de ser? Si no resulta extraño que un "perro ladre" o que una "oveja bale" ¿por qué resulta tan extraño que un "hombre piense"?

Esto me recuerda a la famosa anécdota de Ortega y Gasset con el torero "el Gallo" (aunque hay quien dice que fue otro el torero en cuestión, un tal "Guerrita"). Parece ser que al señor torero (sea este quien fuera) le presentaron al señor filósofo y cuando esto ocurrió, el primero le preguntó al segundo acerca de qué era exactamente eso de ser filósofo. El pobre Ortega (me imagino que consciente del nivel cultural nulo de quien hace tal pregunta) le contesta como buenamente puede tratando de hacerle comprender que un filósofo es aquel que se dedica a trabajar sobre las ideas, que es una especie de "artesano del pensamiento", a lo que el torero respondió: "Hay gente pa tó".

Veamos, y lo digo sólo para aclararme: un tío que dedica su vida a vestirse con un extrafalario traje de luces con el que sale a un ruedo para hacer pasar repetidas veces a un toro por debajo de un capote, con el fin de divertir a una masa que disfruta con el espectáculo (que culmina, como todos sabemos, con la muerte del maltrecho animal), ve extraño que otro hombre dedique su existencia a pensar. Como decía aquella canción: "Ya no sé si el mundo está al revés o soy yo el que está cabeza abajo".

Si te gusta eso de pensar, ya sabes, tendrás que cargar con el estigma de ser un "tío raro", una de esas "gentes pa tó". Al menos te puedes reconfortar sabiendo que hay muchos como tú que pasan por el mismo trago cada cierto tiempo (ya ves, ni Ortega se libraba...) y que hay muchos más que te comprenderán sin someterte al juicio de su propia estupidez.
Bastante tenemos con cargar con la nuestra propia (a la estupidez me refiero) y tratar de huir de ella, como para cargar también con la de los demás.

Mucho se puede decir sobre la utilidad de la Filosofía, me lo apunto como tarea pendiente sobre la que escribir en el futuro.


"Hay dos cosas infinitas: el universo y la estupidez
humana; y sobre el universo no estoy
seguro."
A. Einstein

14 abr 2010

La Filosofía a mano


Odio el academicismo. Me gustaría empezar de esta forma el blog, diciéndolo tajantemente porque trataré de huir de él tanto como me sea posible. Es decir, me encanta la Filosofía (hasta el punto de no poder concebir mi vida sin ella), pero ello no me hace adorar la pedantería, aunque algunos parezcan asociarlas irremediablemente entre sí. Cuando alguien es capaz de exponer sus argumentos de forma sencilla y concisa, cuando se hace entender sin tecnicismos haciendo que todo quede ahí mismo, al alcance de la mano, es cuando nos encontramos con un pensamiento vivo y real que podemos hacer nuestro, un pensamiento con el que podemos dialogar.

Por supuesto, también odio el elitismo. He visto a un alumno de primero de carrera decir por televisión que los filósofos son los “verdaderos sabios” y comprobé de primera mano, cuando yo mismo estaba cursando la licenciatura, como muchos de mis compañeros y profesores parecían creerse la afirmación de dicho “alumno televisivo”. O soy un bicho raro o ellos no comprendieron nada, pero tras estudiar Filosofía (y con “tras estudiar Filosofía” me refiero a terminar la carrera), lejos de obtener ninguna respuesta a mis interrogantes, únicamente conseguí más y más preguntas, más y más dudas que acumular en mi saco, por si no tenía ya bastante para, por lo menos, tres vidas humanas o cuatro antes de hacerlo. No creo que el filósofo esté hecho de una “pasta especial”, quizás sí acumule más inquietudes y se cuestione más las cosas que la mayoría, pero básicamente no deja de tener los mismos problemas, las mismas dudas e inseguridades que cualquier otro hombre.

Cierto es que vivimos en un mundo donde la reflexión en general y la Filosofía en particular no parecen tener mucha cabida, pero en gran parte la culpa de ello la tenemos nosotros, aquellos que la estudiamos a fondo al tiempo que tratamos de enseñarla sin conseguir hacer ver a nuestros alumnos (o allegados interesados en la Filosofía) la conexión que hay entre estas enseñanzas y sus propias vidas. La Filosofía ha quedado relegada a ser un “complejo e impersonal trabajo de erudición”, algo sólo manejable por especialistas. Es como si los veintiocho siglos de pensamiento occidental hubiesen servido exclusivamente para crear un lenguaje privado “sólo apto para filósofos”. Un lenguaje así está muerto, está alejado de la vida y por ello no nos debería resultar tan extraño que la Filosofía ocupe el lugar olvidado que ocupa hoy en día.

La reflexión es una herramienta y, como toda herramienta, sólo cobra su sentido cuando es utilizada. El conocimiento que se queda en conocimiento no es nada. La teoría que se queda en teoría no es nada. La sabiduría que se queda en sabiduría no es ni tan siquiera verdadera sabiduría.

No es poco lo que queda por hacer ya que la tarea es en sí misma inabarcable, pero aun así… tratemos de poner la Filosofía a mano.