24 mar 2011

LOS SOFISTAS Y SÓCRATES (I): El giro antropológico


La Filosofía Occidental se inició hacia el siglo VII a. C. en la Grecia Antigua. En los primeros filósofos, como hemos visto, destacó sobre todo el carácter científico en sus investigaciones acerca de la Naturaleza (physis) intentando descubrir los elementos que la componen y el principio (o principios) de la misma.

(Nota: para ahondar en dichas investigaciones, podéis acudir a las distintas entradas dedicadas a los presocráticos en este blog)

Este tipo de reflexiones se agotarán en el siglo V a. C, siendo sustituidas por la reflexión filosófica sobre el hombre y su papel en el seno de la polis. Este es el llamado “giro antropológico” (la antropología es la ciencia que estudia al ser humano, así lo “antropológico” es todo lo relacionado con el hombre): cambio de temática dado al pasar del estudio de la Naturaleza al del hombre.

¿Por qué reflexionar sobre el hombre y su papel “político” (como integrante de la “polis”)? Pues porque es imposible concebir al ateniense del siglo V a. C. como un hombre separado de su posición política y de su papel en la vida pública. Hay que tener en cuenta que lo que se daba en la Atenas de aquella época (que es el marco donde se va a desarrollar la filosofía sofista y socrática e incluso posteriormente la platónica, la aristotélica, así como sus respectivas sucesoras), políticamente hablando, era una “democracia directa o radical”: el poder recaía en una Asamblea que conformaban todos los ciudadanos varones y los cargos públicos eran elegidos por sorteo. En una sociedad de este tipo todo ciudadano tenía “voz y voto” en las decisiones de su polis y entendiendo que las polis eran ciudades-Estado, nos podemos imaginar que las decisiones políticas en torno a la misma no eran ninguna tontería. La Asamblea no se limitaba a determinar cuestiones intrascendentes (cómo celebrar las próximas fiestas o quién debe o no ser homenajeado en ellas), sino que las decisiones que se tomaban eran de vital importancia para el desarrollo de la vida social e individual de la polis (como puede ser el determinar la conveniencia de ir o no a la guerra con otro Estado).

No siempre había sido esta la forma de gobierno ateniense, ni mucho menos. Esta democracia directa o radical fue el resultado de diversas y fuertes reformas políticas que hicieron transitar el poder del arcontado vitalicio de los reyes de Atenas (arconte significa magistrado y designa a la persona o personas que poseen el poder político, militar y, en muchos casos, religioso de la polis); a los arcontes que podían dirigir la polis durante diez años y que eran elegidos entre los aristócratas; hasta finalmente llegar a la Asamblea popular y la elección de cargos públicos por sorteo entre los ciudadanos. Llegados a este punto cualquier ateniense podía estar en la magistratura pública o, como mínimo, participar libremente en la Asamblea proponiendo leyes, vetándolas, haciendo sugerencias, votando cualquier decisión, etc. Unos 1100 ciudadanos adquirían anualmente su compromiso anual con la polis como funcionarios, compromiso que sólo podían desempeñar en ese cargo específico que les tocase una vez en la vida (excepto en el caso del Consejo de los 500) y otros 100 lo hacían por elección y no por sorteo. Esos 100 ciudadanos electos eran los encargados de llevar los asuntos económicos de importancia (se elegían entre los ricos para, en el caso de haber desfalco, tomar lo que hubiesen robado de su propio patrimonio) y los estrategas militares, que se elegían por su pericia y experiencia en combate por motivos obvios.

Todo parece bastante justo y bien organizado a priori ¿verdad? El poder para el demos (pueblo), sin ninguna institución superior que lo domine y decida por ellos las cuestiones que al pueblo afectan (como antaño hicieron reyes, aristócratas o los “ricos” de la polis). Pero lo cierto es que la polis como unidad política entró en crisis al adquirir la democracia como forma de gobierno y dicha crisis se debió a muchos factores económicos y militares, aunque lo que nos interesa aquí es hablar de los factores ideológicos de la misma que sentaron las bases de la discusión filosófica:

¿Es la democracia la mejor forma de gobierno? ¿Es conveniente una democracia de este tipo en el que todos los ciudadanos, hombres “con cultura” y “poco versados”, estén en la misma posición política? ¿Resulta positivo sortear los cargos públicos o deberían ser asignados a los más aptos para desempeñar esos puestos? ¿Existe la manipulación política de aquellos que se muestran más hábiles en el uso de la palabra y la argumentación sobre aquellos que disponen de menos “armas dialécticas”?

Por estas cuestiones comienza a merecerle más la pena al filósofo griego dejar a un lado la investigación de la Naturaleza y reflexionar sobre el hombre y su papel ético-político. En la sociedad que venimos describiendo (una sociedad en la que el “matrimonio” entre individuo y Estado es inquebrantable), comienza a surgir el germen de la “corrupción política” al mismo tiempo que el propio sistema democrático empieza a demostrar sus defectos al poner de relieve que todos los hombres no están igualmente cualificados para hacer funcionar un Estado correctamente. Sócrates y los sofistas se introducirán de lleno en esta discusión, definiendo por el camino la naturaleza humana, su capacidad para conocer la verdad y su comportamiento ético.

23 mar 2011

LOS SOFISTAS Y SÓCRATES (II): En defensa de los sofistas


Antes de entrar en materia quería dedicar una entrada a la defensa de la filosofía sofista por dos motivos distintos: 1) el maltrato y desprecio que usualmente recibe dicha filosofía, a mis ojos, tan válida, coherente y consistente como la de sus principales rivales (a saber, Sócrates y Platón); y 2) mi predilección personal por la misma.

Cierto autor (de nombre Whitehead) dijo una vez que la Filosofía Occidental no era más que una serie de notas a pie de página de los “Diálogos” de Platón. Platón, heredero intelectual de Sócrates, triunfa en su tarea de difundir el pensamiento idealista de su maestro: existe una “Verdad” (con mayúscula) y el hombre, con suficiente esfuerzo y tesón, puede llegar a alcanzarla. A partir de entonces la Filosofía se constituye básicamente como una serie de esfuerzos para conseguir tal objetivo: llegar a esa Verdad, perfecta, inmutable, eterna… que nos proporcionará la respuesta a todas nuestras incógnitas de una vez para siempre.

Los sofistas, como antítesis de dicha propuesta, son desprestigiados y relegados a un plano en el que únicamente sirven como “sparrings” o “sacos de boxeo” para el entrenamiento y perfeccionamiento de la “verdadera Filosofía”. Los sofistas, esos extraños hombres que creen que la “verdad” (esta vez con minúscula, ya que no creen en una “Verdad” con mayúscula) es un concepto puramente humano e imposible de determinar objetivamente, pasan a ser definidos como “falsos filósofos”, como aquellos que alientan a los hombres a mentir, a engañar y manipular a los demás, alejándolos de la sempiterna y bella “Verdad”. Solo que los sofistas no creen en la verdad ni en la mentira y por ello no se sienten culpables al enseñar que todo es relativo y que cada opinión es tan válida como cualquier otra porque ¿quién puede determinar cuál es la verdad y si realmente la hemos alcanzado?

Los sofistas fueron pensadores reputados, de gran fama y talento (algunos de ellos destacaron incluso en otros terrenos distintos al filosófico) que deben ser considerados como portadores de una filosofía distinta y opuesta a la defendida por Sócrates y posteriormente Platón, pero igualmente válida que la de estos. Que yo sepa, hasta la fecha nadie puede determinar objetivamente que esté en posesión de la “Verdad” (aunque muchos así lo crean) y a día de hoy, la Filosofía ha avanzado más hacia el terreno en el que se movieron los sofistas (relativismo, irracionalismo, subjetivismo, escepticismo…) que hacia el de aquellos que fueron sus oponentes intelectuales.

¿Quién puede determinar que exista una única “Verdad”? ¿Cuántos hombres (con sus religiones, ciencias, creencias, certezas, etc.) creen estar en posesión de dicha “Verdad” sosteniendo posturas diferentes y contrarias entre sí? Incluso aunque se determinase que esta existe ¿Cómo podríamos estar seguros de haberla alcanzado? ¿Podría expresarse en términos humanos tal “Verdad”? Y así podríamos hacernos miles de preguntas al respecto que no acabarían de determinar si los sofistas o Sócrates tenían razón, puesto que estas son cuestiones abiertas al debate cuya respuesta dependerá de la postura o presupuesto filosófico del que partamos.

Hay que tratar de ver la Filosofía con ojos cristalinos y libres del dogmatismo (el dogmático cree que está en posesión de una verdad absoluta, de la que no podemos dudar, la cual sostiene de forma, generalmente, acrítica. Es decir, el dogmático no se plantea jamás que dicha "verdad" pueda no serlo) y la creencia ciega en tal o cual pensamiento que se imponga como la “verdadera Filosofía”. Si para algo sirve el pensamiento crítico (objetivo primordial de la Filosofía) es precisamente para eso, para salir del dogmatismo y la credulidad típica de aquel que no se plantea jamás aquello que piensa y lo toma como certeza absoluta e inamovible. Permitámonos dudar y tratar de ver la posibilidad de ser de otros pensamientos distintos al que sostenemos porque quizás, quién sabe, a lo mejor hasta aprendemos algo por el camino y estamos más cerca de esquivar nuestra propia ignorancia.




"La vida es parecida. Le damos un sentido dependiendo de nuestro punto de vista.
Solo la sabiduría, como la luz de la vela, puede aportarnos una visión global de la existencia.
Y la llave de la sabiduría es la duda.
Si dudaras un poco, seguro que serías menos pretencioso"
Marjane Satrapi ("Pollo con ciruelas")

22 mar 2011

LOS SOFISTAS Y SÓCRATES (III): Los sofistas y la educación


Los sofistas fueron un grupo de intelectuales, de origen no ateniense, que acudieron a la ciudad griega de Atenas, centro cultural de Occidente, hacia la segunda mitad del siglo V a.C. Serán los primeros “filósofos profesionales” de la historia que ganarán dinero con la enseñanza de la Filosofía.

Las causas de la aparición de la sofística fueron varias: la supuesta “crisis en el espíritu griego” (pérdida de la identidad cultural griega como patria total al enfrentarse la ciudades-Estado griegas entre sí); descubrimiento de un nuevo mundo en Oriente; y, sobre todo, la irrupción de las “masas” en la vida pública (cualquier ciudadano tiene voz y voto en el terreno político y los cargos públicos se sortean). Los sofistas representan el paradigma de filósofo en consonancia con los cambios sociales de su época. Fueron filósofos que se adaptaron a su momento histórico y supieron ver las necesidades que el nuevo orden político, la democracia, demandaba (para ver más sobre este “nuevo orden político” que se da en la Atenas del siglo V a.C. acudir a la primera entrada dedicada a los sofistas y Sócrates).

Los sofistas se presentaron básicamente como “técnicos de la educación” capaces de formar a los individuos interesados en el arte de desenvolverse bien en el ámbito público. La técnica del sofista para “captar clientela” era simple y consistía en: Primero se dirigían públicamente a las masas con discursos abiertos con los que se ganaban renombre y recordaban a los ciudadanos la importancia de aumentar el nivel cultural, para el beneficio real de la sociedad y, por ende, el propio (como vimos en la primera entrada, el ciudadano de una democracia como la ateniense no se puede concebir apolíticamente, es decir, desligado de su ciudad y la gestión de la misma). Posteriormente, tras exhibirse en público y haber captado la atención de los interesados, el sofista ofrecía cursos privados dirigidos a grupos reducidos que pagaban por los mismos. En ellos se trataba de formar a los futuros gobernantes de la ciudad.


Este fin que perseguían los sofistas puede sonar extraño en una sociedad políticamente abierta como Atenas, en la que culquiera podría estar en puesto de poder. Pues bien, formar gobernantes era posible porque si bien en la democracia cualquier ciudadano tenía peso político y podía decidir con su voto en las Asambleas populares, además de que podía ostentar un cargo público por sorteo, no debemos olvidar que: las propuestas se presentaban oralmente para su votación en dichas Asambleas, por lo que las mejor expuestas podían persuadir a los congregados para que las votasen; y, además, algunos de los cargos más importantes no se elegían por sorteo, sino que se otorgaban a aquellos que los ciudadanos consideraban mejor preparados para desempeñar dichos cargos. En ambos aspectos podía incidir la “educación sofista”: Ayudaba a mejorar las habilidades para hablar en público (como veremos cuando definamos la retórica) y aumentaba el nivel cultural y formativo de quien recibía dicha educación, preparándole como alguien apto para desempeñar esos cargos que no se sorteaban, sino que se otorgaban a los mejores entre los ciudadanos de la polis.

En esto radica la importancia de la educación para los sofistas: La virtud (areté en griego) necesaria para obtener éxito en la vida social y pública se puede aprender con esfuerzo y ejercicio, por medio del aprendizaje, por lo que no había que ser “noble” para alcanzar tal objetivo (aunque sí que se tenía que disponer de dinero suficiente para pagar tal aprendizaje). Por esto creía el sofista que estaba en disposición de impartir esos cursos privados y cobrar por ellos: porque lo que transmitía era un conocimiento útil, utilísimo, para triunfar en el ámbito social, político y personal. Un sofista como Protágoras pensará que el éxito de la educación, aunque radica en algunas aptitudes naturales propias de quien aprende, no llegaría a ser tal si no se ejercitasen, mediante el aprendizaje, dichas aptitudes en el individuo que las posee. La areté o virtud pasa de ser un “don natural”, como pensaba el griego anteriormente, a ser una habilidad para triunfar en la vida, habilidad esta que se puede aprender y ejercitar.


No está mal esta idea de que cualquiera podemos llegar a ser cultos, sabios y capaces si "entrenamos". Al menos está mucho mejor que aquella que sostenía que la mayoría estábamos condenados desde nuestro nacimiento, de forma natural, a la ignorancia y sus nefastas consecuencias.

21 mar 2011

LOS SOFISTAS Y SÓCRATES (IV): El escepticismo y relativismo sofista


La nueva educación sofista (de la que hablamos en la entrada anterior) supuso un ataque hacia los antiguos valores socialmente aceptados: ellos sostenían, frente a la creencia popular, que la “virtud” (cualidad que permite al individuo tomar las decisiones correctas hasta en las circunstancias más difíciles, para dirigirlo todo siempre en su propio beneficio) no era algo innato en ciertos hombres privilegiados (aristócratas), sino que mediante la educación y el aprendizaje cualquier persona podía llegar a poseerla y alcanzar con ella una posición más elevada. Esto fue lógicamente mal visto por los más conservadores (que seguían defendiendo que la virtud del individuo era una cuestión de “nobleza de sangre”, es decir, algo dado por naturaleza) y, como veremos después, por aquel que, aun dándole también valor a la educación y la capacidad de “ennoblecerse” que tiene el alma a través del análisis y el estudio, abanderó una filosofía totalmente contraria a la de los sofistas. Este individuo no es otro que Sócrates.

La “verdad” y la “virtud” en manos de los sofistas pasaron a ser una verdad y virtud práctica, entendida en términos de utilidad. Debemos prestar atención a esta cuestión porque en ella radica la diferencia esencial que hará que sofistas y Sócrates se conviertan en contrarios y, más aún, enemigos dialécticos. Para el sofista no existe más “verdad” que aquella que sirve para conseguir algo: lo verdadero, lo valioso, es lo que conlleva una finalidad práctica. Dicho de manera más sencilla: lo verdadero, lo bueno, lo que merece la pena alcanzar es todo aquello que me puede llevar a conseguir logros, a alcanzar el éxito en la vida. No se busca la “verdad como ideal”, sino el “conocimiento útil” que nos facilite y otorgue el éxito personal que, como ya sabemos a estas alturas o deberíamos, para el ateniense del siglo V a.C. dependía enteramente del éxito social.

Pero cabe preguntarse ahora ¿por qué define el sofista la “verdad” y la “virtud” en términos de utilidad y beneficio? Pues porque para estos pensadores resulta imposible definir cuál es la “verdad” entre dos o más opciones distintas. Si yo sostengo “A” y tú sostienes “B” ¿Podría alguien objetivamente y de forma certera determinar quién tiene razón o mostrarnos nuestra equivocación dándonos la respuesta objetivamente verdadera? El sofista dirá que no, que tal afirmación objetiva sobre cuál es la “Verdad” (única y certera) resulta imposible y que el decantarnos por una u otra dependerá siempre de factores subjetivos: que se acerque más a nuestra forma de pensar, que nos la hayan inculcado desde pequeños, que nos convenza por estar mejor expuesta, etc. Yo tendría razones para argumentar por qué “A” es mejor que “B” y tú, al contrario, argumentarías para defender que “B” es mejor que “A”, pero nadie podría decir desde una posición infalible que una postura es verdadera y la otra falsa. El sofista solo tenía que echar la vista atrás y decir: ¡Cuántas teorías sobre la Naturaleza (physis)! ¡Y todas pretendiendo ser verdaderas! Cuando lo cierto es que si una hubiese podido erigirse como la auténtica, como la Verdadera, entonces se hubiese impuesto ante las demás. La realidad, en cambio, demostraba que en toda Grecia seguían existiendo partidarios del pitagorismo, la escuela de Elea, los atomistas…

De todo esto se derivan dos conclusiones:

1) Los sofistas eran relativistas: La mayoría de los sofistas fueron grandes viajeros, conocedores de la diversidad de creencias religiosas, principios morales, costumbres, organizaciones políticas… Por ello, al plantearse la naturaleza de las creencias humanas, observaron que las ideas y opiniones de los hombres varían de unas sociedades a otras, de unos individuos a otros y de unos momentos históricos a otros. Así, en cada situación (personal, social, geográfica, temporal...) cada cultura y cada individuo se forja una opinión sobre lo que es verdadero, bueno, virtuoso… Opinión que no tiene por qué coincidir con la de otra cultura u otro individuo que viva en otra región y en otro tiempo. Los valores (morales) y el conocimiento humano son relativos al hombre que los sostiene (o como diría el propio Protágoras, al que dedicaremos una entrada más adelante: “El hombre es la medida de todas las cosas”).



2) Los sofistas eran escépticos: Como decíamos más arriba, entre dos posturas adversas (o las que sean) no cabe determinar de manera objetiva cuál es la verdadera y este hecho les hace plantearse un problema que, a la postre, será habitual y de gran trascendencia en Filosofía: el de los límites del conocimiento humano. Y está claro que están determinando que el conocimiento humano es limitado cuando nos dicen que el mismo es relativo y subjetivo al depender siempre del individuo que lo sostiene. La Verdad (en sentido absoluto) es algo inalcanzable por definición para el sofista y, por ello, constituye un esfuerzo inútil todo intento de llegar hasta la misma.


Así, si no cabe determinar la Verdad de manera objetiva y absoluta, los sofistas creerán que debemos orientar la búsqueda hacia otra dirección más práctica: se trata de hacer que “nuestra verdad” se imponga a la de los demás, para así procurarnos el éxito.

Pero esto lo trataremos con más profundidad en la siguiente entrada donde veremos la relevancia que tenían estas posturas relativista y escéptica en su aplicación real en el ámbito ético-político. Lo que importa es procurarnos el bien (ética) y como este va a depender de nuestra situación social (política), el individuo tendrá que aprender a desenvolverse en ese hábitat tan hostil y complejo para alcanzar su felicidad.

Todo esto, como digo, lo veremos en la próxima entrada dedicada a los sofistas.

20 mar 2011

LOS SOFISTAS Y SÓCRATES (V): La doctrina ético-política sofista









 Antes del nacimiento de la Filosofía, el término nomos” significaba “costumbre” o “ley humana” y tenía un fundamento religioso: las normas o leyes humanas se fundamentaban en la voluntad de los dioses. Entre los primeros filósofos (presocráticos) que trataron la cuestión de la naturaleza del hombre, las leyes humanas quedarían fundamentadas en la Naturaleza misma, y al tener esta un comportamiento fijo podemos decir que las mismas resultaban necesarias. Es decir, hasta el momento, la consideración de las leyes humanas era que estas eran necesariamente tal y como debían ser, ya que las mismas se fundamentaban en la voluntad divina y la Naturaleza, y ambas son inamovibles.

Con la sofística, la palabra “nomos” pasó a significar “convención”, “norma” o “contrato” y, a menudo, se oponía a “physis” (Naturaleza) ¿Y por qué se oponían “nomos” y physis”? Pues porque mientras que las leyes de la “physis” son, como decíamos, necesarias, las del “nomos” (leyes humanas) son puras convenciones, acuerdos entre los hombres que se pueden modificar en cualquier momento o bien podrían ser otros totalmente distintos. Pongamos un ejemplo sencillo: La de la gravedad es una ley física de la Naturaleza que resulta necesaria e inevitable, pero una ley que regule los impuestos que paga un ciudadano no es necesaria e inevitable, sino que se decide por consenso político y puede cambiar en cualquier momento.

Los sofistas defendieron el carácter convencional, no solo de las leyes políticas, sino también de las costumbres sociales y, lo que es más importante, hasta de las normas morales. Y esto se debía fundamentalmente a dos razones: 1) La falta de unanimidad acerca de lo que es bueno o malo según la cultura que observemos y 2) las conclusiones derivadas de comparar las normas morales vigentes con la propia naturaleza humana. Lo primero se entiende fácilmente: cada cultura decide lo que es bueno o mal según sus propias ideas (no se rige por el mismo código moral una sociedad como la nuestra y, por ejemplo, la china). Lo segundo se entiende si pensamos, junto a los sofistas, que las dos normas naturales de comportamiento básicas que se dan en todo ser humano son: la búsqueda del placer y el dominio del más fuerte (de hecho son las dos normas naturales de conducta en todo animal: búsqueda del beneficio propio y dominio sobre el otro). Las normas morales que rigen las sociedades, por definición, deben ir en contra de dichos comportamientos naturales (porque precisamente la sociedad se basa en la ruptura con esos principios naturales egoístas) y por ello los sofistas dirán que son “antinaturales” y “artificiales”.

De acuerdo con las enseñanzas sofistas, como ya vimos en la anterior entrada, si no hay ninguna verdad absoluta y universalmente válida, cada individuo tiene derecho a seguir su arbitrio e inclinaciones, y si las leyes de la polis se lo impiden, entonces se agrede contra su derecho natural y supone una coacción que nadie está obligado a aceptar, al menos moralmente hablando. Desde este punto de vista, las leyes positivas (humanas) son preceptos arbitrarios para el beneficio de los que ostentan el poder: los gobernantes. No creo que haya mucho que aclarar aquí porque la cuestión es sencilla de comprender: No existen verdades absolutas y las leyes no escapan a esta conclusión. Las leyes humanas son las que son no porque tengan que ser esas en concreto, sino porque los gobernantes que ostentan el poder así lo deciden. Pero no existe una obligación moral necesaria de cumplirlas (distinto es que nos obliguen por la fuerza, razón por la cual son generalmente respetadas las leyes) por parte del individuo cuando estas pretenden establecerse como un “valor absoluto” por encima de sus propios intereses.

La conclusión a la que llegan los sofistas es simple: Ya que las leyes humanas son arbitrarias, convencionales y susceptibles de ser cambiadas, y debido al hecho de que nunca vamos a llegar a la concepción de unas leyes universalmente válidas, lo mejor que podemos hacer es tratar de cambiar esas leyes en nuestro propio beneficio y procurar que estas siempre se orienten hacia nuestros intereses (cosa que era posible en una sociedad tan participativa en el poder político como la ateniense).

Los sofistas también incluirían como preceptos y prejuicios arbitrarios toda creencia religiosa. Si nada en este mundo puedo saber con certeza, doblemente imposible será llegar hasta las recónditas y escondidas causas de las cosas. Protágoras y Critias defendieron que si las cosas que vemos son para nosotros aquello que queremos que sean, aquello que no vemos con más razón será puesto por el sujeto. Su postura al respecto era radicalmente atea: el hombre no es la criatura, sino el creador de los dioses.

19 mar 2011

LOS SOFISTAS Y SÓCRATES (VI): Recapitulación + Retórica


Resumiendo lo visto hasta ahora:

- Los sofistas son pensadores itinerantes profesionales que se ganaban la vida impartiendo clases de Filosofía. Tenían plena confianza en que a través del aprendizaje se puede alcanzar la virtud y la excelencia y que estas no eran exclusivas de ciertos privilegiados que las poseían de forma natural desde su nacimiento.

- Estos filósofos no creían en la existencia de una “Verdad” absoluta (escepticismo), sino que sostenían que cada opinión es inconmensurable y válida para aquel que la sostiene, resultando que entre dos opiniones enfrentadas no existe la manera objetiva de determinar cuál es la más acertada (relativismo).

- Si aplicamos el aspecto anterior al ámbito de la ética y la política entenderemos que: Si no hay manera de determinar la “Verdad” absoluta sobre nada, en consecuencia, tampoco podremos determinar en qué consiste el “Bien” de forma universal ni alcanzar socialmente las “Leyes” perfectas que se rijan en base a ese “Bien” (oposición de las “leyes humanas”, nomos, que son arbitrarias, convencionales, subjetivas… con respecto a las “leyes de la Naturaleza”, physis, que son necesarias, fijas, objetivas…) . El “bien” es lo que cada cual considera que es el “bien” y las “leyes” se hacen en base a esas percepciones subjetivas. Por lo tanto, todas las leyes humanas son puras convenciones, acuerdos entre hombres (gobernantes) que en algún momento han determinado qué es el “bien”, solo que estos acuerdos se han hecho en base a las opiniones meramente subjetivas de tales hombres y, por tanto, no se sustentan bajo una “Verdad” perfecta e inmutable. Si las “leyes” van en contra de mi propia naturaleza, entonces el individuo no está moralmente obligado a cumplirlas, puesto que estas no están respaldadas más que por el interés de otros hombres que tienen una percepción de lo que es el “bien” tan subjetiva como la de ese individuo particular que se vería perjudicado por ellas.

- Así pues, y como ya se ha comentado con anterioridad, los sofistas no creían en una educación de tipo teórica que orientase a los discípulos en la búsqueda de la “Verdad”(puesto que no creían en la misma), sino que sus enseñanzas eran de tipo práctico y dado que no hay manera de demostrar que “mi verdad” es la “Verdad” objetiva, de lo que se tratará es de hacer ver a los demás que “mi verdad” sí es la “Verdad” o, al menos, la mejor opción posible. De esta forma lo que conseguiremos es guiar los hechos hacia donde nos interesa para así salir beneficiados. Recordemos que en esto consiste la virtud para el sofista: en el “éxito” social (y, por ende, individual), en la capacidad de convencer a los demás de que lo mejor para mí mismo es en realidad lo mejor para la sociedad.

Ahora bien ¿Cuál es la herramienta que utilizan los sofistas para enseñarnos a hacer ver a los demás “nuestra verdad” particular como la “Verdad” universal? Es decir, si los sofistas creían que la virtud consistía demostrar a los demás en cada momento que tenemos razón al sostener lo que sostenemos ¿Qué enseñaban ellos para alcanzar dicha virtud? La respuesta es: la retórica.


La retórica era el principal objeto de enseñanza sofista. Los sofistas la definían como el arte de la persuasión, la capacidad de convertir la causa más débil, en la causa más fuerte, y en exponer como verosímil lo más inverosímil. Después de haber destruido la creencia en una verdad objetiva y de haber renunciado a la ciencia interesada en obtener la misma, el objetivo de la educación sofista pasa a ser la enseñanza de una habilidad formal, la cual no tiene base científica ni peso moral, pero sirve para conseguir aquello que se desea y, con ello, “salirnos con la nuestra”.

El principe troyano, Paris, seduce a la bella Helena de Esparta mediante el poder de las palabras. A este mito recurre el propio Gorgias en el "Encomio a Helena" para demostrar el poder persuasivo del lenguaje, capaz de conducir al amor si es utilizado correctamente.

Alguien con habilidad retórica se podía presentar a la Asamblea popular ateniense y exponer con coherencia aquello que quisiese exponer, que no por casualidad iba acorde con sus intereses personales, convenciendo a la audiencia de que lo expuesto es lo mejor para la polis. De esa manera, su opinión, tan válida a priori como la de cualquier otro, podía pasar por encima de las demás, destacando e imponiéndose a las mismas, con el beneficio que de ello se puede derivar para ese individuo. Consecuencia de todo esto: éxito social y beneficios personales que harán de ese sujeto, un individuo próspero y feliz.

Esto para los sofistas no suponía una forma de manipulación. Manipulación hubiese sido mentir deliberadamente conociendo la verdad, pero como hemos repetido hasta la saciedad, para el sofista no existe tal “Verdad” y, por tanto, que entre opiniones igualmente válidas yo trate de hacer prevalecer la mía no constituye ningún “pecado” o mala acción, sino un acto de inteligencia y derroche de virtud.

Y esto es precisamente lo que hará que sofistas y Sócrates se lleven como el perro y el gato…

18 mar 2011

LOS SOFISTAS Y SÓCRATES (VII): Principales sofistas: Protágoras y Gorgias

Protágoras de Abdera nació en torno al 485 a. C. y murió en torno al 411 a. C., probablemente ahogado tras zozobrar el barco con el que viajaba rumbo a Sicilia tras ser desterrado o encontrarse huyendo de la pena de muerte, debido a la acusación que recibió por impiedad. Esta acusación se debió a que Protágoras señaló que desconocía la existencia o inexistencia de los Dioses, algo no muy bien visto en la sociedad ateniense del siglo V a. C. Aunque no se ha conservado nada de su obra directamente, sí que se nos han llegado fragmentos de su pensamiento en los Diálogos de Platón, así como en obras de Aristóteles, Sexto Empírico y Diógenes Laercio.

Posiblemente fue el primero de los filósofos que se autodenominó “sofista”. Su tesis más importante se resume en la famosa sentencia:

“El hombre es la medida de todas la cosas, de las que son en cuanto que son y de las que no son en cuanto que no son”

Existe cierta discusión respecto al sentido de esta afirmación: ¿Se refiere al hombre particular o al ser humano como especie? Sea como sea, hay coincidencia en el hecho de reconocer que Protágoras expone con ella una postura relativista acerca del conocimiento, cuyo límite es la experiencia humana. Esto es fácil de comprender: Medimos lo grande y lo pequeño según nuestra propia medida (si midiésemos 100 metros la percepción del tamaño cambiaría con respecto a la que poseemos hoy en día); lo duradero de lo que no lo es según nuestra percepción del tiempo (si viviésemos 10000 años seguro que tendríamos otra percepción del ritmo al que transcurre nuestra vida; incluso cuestiones a priori menos concretas, como la apreciación de lo que es “bueno” o “malo”, las hacemos bajo el punto de vista de nuestra propia naturaleza (beber veneno nos parece “malo” (peor aún es dárselo a beber a alguien…) porque es negativo para nuestro organismo hacerlo, si, en cambio, tuviese un efecto totalmente positivo lo consideraríamos “bueno”).

Protágoras aceptó el relativismo y lo abanderó como buen sofista: El Ser se identifica con la apariencia (oposición total a la idea de Parménides). Si la “Verdad” absoluta no existe, nadie piensa erróneamente y por eso la polis ha de organizarse a partir del consenso entre opiniones diversas, pero igualmente válidas o legítimas. Así surge la cultura (nomos, convención), no de forma natural en el hombre, sino por la necesidad de progreso y expandirse más allá de su propia naturaleza.

Con respecto al problema teológico, Protágoras es un autor pragmático, empirista (basa su conocimiento en aquello que puede experimentar en la realidad) y escéptico (y esto le traería no pocos problemas, como hemos visto):

“Acerca de los dioses yo no puedo si existen o no, ni tampoco cuál sea su forma, porque hay muchos impedimentos para saberlo con seguridad: lo oscuro del asunto y lo breve de la vida humana”

Gorgias nació en Leontinos, Sicilia, entre el 500 y el 483 a.C. y murió en Tesalia el 380 a.C. (con aproximadamente 105 años y a causa de haber dejado de comer voluntariamente). Fue discípulo de Empédocles y acudió a Atenas en calidad de embajador de su ciudad. Se movió en el mismo clima intelectual que Protágoras, pero mantuvo un planteamiento más radical que este, acentuando más el escepticismo sofista.

Gorgias otorga una importancia suprema a la palabra, no en el sentido que manifieste la realidad, sino en un sentido negativo que le condujo a un radical escepticismo lingüístico. Para explicar su teoría recurría a atacar la filosofía eleática (interesa, por tanto, conocer la misma que ya se explicó en las entradas dedicadas a ese fin) y allí donde Parménides defendía que el Ser es la realidad de la Naturaleza, por similares razones, pero inversas, Gorgias defenderá qu elo es el No-Ser.

Sus tesis fundamentales son:

1) Nada existe. Si las cualidades del Ser de Parménides eran la eternidad, ser imperecedero, perfecto… Gorgias argumentará que en la Naturaleza, nada “es”: el Ser no se puede dar puesto que en la realidad todo es mortal, perecedero, imperfecto…

2) Si existiese alguna cosa sería incomprensible. No podríamos comprender el Ser porque estaría más allá de nuestras posibilidades ¿Cómo conocer lo perfecto, eterno, inmutable, etc. si yo mismo soy justo lo contrario (imperfecto, mortal, mutable, etc.)?

3) Aun cuando la pudiésemos comprender, no la podríamos comunicar. Aquí es donde llega al escepticismo lingüístico definitivo: Aun existiendo la realidad y siendo para nosotros comprensible (dos cosas que Gorgias ya niega de base, como hemos visto), no podríamos transmitir tal “Verdad” ya que nuestro lenguaje es incapaz de hacerlo al ser impreciso, imperfecto y, por ello, totalmente distinto al Ser.

Gorgias niega la tesis de Parménides que identifica “Ser” y “conocer”. Para Parménides, el conocimiento del “Ser” es el “verdadero conocimiento” porque el “Ser” es la “verdadera realidad” (recordemos esto, el “Ser” como verdadera realidad y la realidad en la que habitamos como mezcla de “Ser” y “No-Ser”). Pero para Gorgias “realidad” y “lenguaje” son dos cosas distintas. La palabra no porta significación alguna, es arbitraria (el hombre ha construido su lenguaje al azar: la palabra “perro” denomina al animal perro porque así lo hemos querido, porque bien podríamos haber llamado al perro, por ejemplo, “gato”) y un mero instrumento que utilizamos para tratar de atrapar una realidad que nos resulta inalcanzable. Por lo tanto, con la palabra no podemos designar y comprender el Ser, como Parménides pretendía, y debemos olvidar esta pretensión.

Así, la palabra no nos da verdadero conocimiento, porque este resulta imposible (escepticismo), pero sí que puede sernos útil: a través de ella (la palabra) puedo alcanzar el dominio de la persuasión y la retórica, consiguiendo con ella, al mismo tiempo, el dominio de la realidad en la que habito. Y ya vimos durante el desarrollo de este tema lo beneficioso que puede ser para el individuo tal dominio.


Protágoras y Gorgias fueron las principales figuras de la sofística. En la siguiente entrada veremos a otros de, tal vez, menor calado histórico, pero de un interés filosófico que merece ser tenido en cuenta.


17 mar 2011

LOS SOFISTAS Y SÓCRATES (VIII): Otros sofistas


1)
Trasímaco de Calcedonia, Bitinia, vivió entre el 459 y el 400 a. C. Aunque fue alumno de Sócrates, Platón lo retrata en “La República” como un auténtico sofista.
La ley humana (nomos), en su opinión, no es más que la expresión del interés de los más fuertes. Los hombres buenos y justos siempre salen perjudicados, mientras que el injusto lo hace beneficiado. El derecho, en definitiva, es la fuerza: cuanta más fuerza tenga, más derecho tendré a poseer todo lo que mi poder me capacite para obtener. Lo que Trasímaco está reivindicando es que la ley natural del más fuerte la apliquemos a la sociedad humana.
Para Sócrates, el pensamiento de Trasímaco es una clara muestra de la crisis del espíritu griego de la época, ya que este llega a afirmar que “es más provechoso cometer una injusticia que sufrirla”. Si cometo una injusticia hacia otro hombre puedo sacar un beneficio, pero al sufrir una injusticia en mis carnes lo único que obtendré es algo negativo y perjudicial para mí.
También se presentará como un moralista desengañado al sostener que los dioses ignoran los asuntos humanos. No hay más que observar como marcha todo, sobre todo en cuestiones de justicia, para constatarlo.



2) Antifonte de Atenas (480-411 a. C.) se ganó una gran reputación como sofista escribiendo discursos y defensas para los litigios judiciales (en la Atenas de la época se exigía a las personas que se defendiesen ellas mismas en los juicios).
Para Antifonte lo verdadero, lo real, es la Naturaleza, mientras que el mundo humano (cultura) es lo falso o aparente. Así, si lo bueno es lo natural, a lo que debe aspirar el hombre es a trazar una ley humana convencional (nomos) lo más cercana a la Naturaleza posible. En muchas ocasiones, piensa Antifonte, lo antinatural de las leyes humanas lleva a concebir reglas y normas contrarias a la propia Naturaleza. Esta creencia le llevó a ser portavoz de un sentido democrático muy avanzado para su tiempo: Todos los hombres son iguales sin distinción, denunciando como barbarie la separación artificial entre nobles y plebeyos, griegos y bárbaros. En el estado natural, todos somos iguales, las diferencias entre hombres son sociales y, por tanto, convencionales y artificiales.

“Respetamos y veneramos a los que son de padres nobles, y no respetamos ni veneramos a los que no son de noble casa. En esto nos tratamos unos a otros como bárbaros, puesto que por naturaleza somos todos de igual manera en todo, bárbaros y griegos.”

En mi opinión, es admirable esta concepción del ser humano y por más que el término “sofista” conlleve una carga negativa para la mayoría, veo a este sofista, Antifonte, como un auténtico humanista.


3) Hipias de Élide, nacido a mediados del siglo V a. C. (sus fechas de nacimiento y muerte no están determinadas), fue conocido como “el sofista enciclopédico” por la amplitud de sus conocimiento y, parece ser, por su prodigiosa memoria (fue creado de los sistema mnemotécnicos, de los cuales se servía para retener gran cantidad de datos). Fue un maestro en la argumentación y, pese a sus vastos conocimientos, sus enseñanzas estaban orientadas a las habilidades retóricas y no a la impartición de contenidos teóricos. Su tesis fundamental consistía en mantener la existencia de una naturaleza común para todos los griegos (sentimiento panhelénico). Solo convenciones artificiales provocaban los enfrentamientos entre ellos.


4) Pródico, natural de Ceos (una de las islas Cícladas griegas), vivió entre el 460 y el 395 a. C., 65 años en total que no le sentarían nada bien ya que llegó a afirmar que una muerte temprana era un regalo de los dioses. Defendió fuertemente el relativismo ético y lo extendió al ámbito teológico al exponer una curiosa interpretación religiosa, muy utilitarista, para la época en la que vivió: Los hombres siempre han venerado a todo aquello de lo que dependían sus vidas (el Sol, el agua, el fuego…), pero en cuanto comenzaron a desarrollar la técnica que les hacía independientes de esas causas y fuerzas externas,
pasaron a adorar a los inventores de las mismas.


5) Critias de Atenas (460 – 403 a. C.) fue tío carnal del mismísimo Platón, imaginamos que para disgusto de este último. Normalmente es recordado por su participación en el gobierno de los Treinta Tiranos de Atenas, impuesto por los espartanos a la conclusión de las Guerras del Peloponeso, pero Critias fue también un autor muy prolífico, de gran actividad literaria.
Manifestó un gran interés por todo lo relativo al horizonte cultural e histórico humano.
Como aristócrata se mostró en decidida oposición a la democracia. En materia moral, de hecho, defendía el punto de vista tradicional aristocrático de la virtud (areté): Es una condición que se hereda, pues pertenece a la naturaleza de los individuos, aunque sí que reconocía la importancia de la educación.

En materia de religión sostuvo que los dioses son la invención genial de algunos hombres de la antigüedad para controlar la maldad del resto de los hombres. Estos dioses serían la garantía para que las leyes se cumplieran. De no existir dicha garantía, el hombre, debido a su nefasta naturaleza, desobedecería las leyes siempre en pos de su propio interés. Como vemos, Critias era muy pesimista con respecto a la naturaleza humana que definía como esencialmente egoísta.