24 mar 2011

LOS SOFISTAS Y SÓCRATES (I): El giro antropológico


La Filosofía Occidental se inició hacia el siglo VII a. C. en la Grecia Antigua. En los primeros filósofos, como hemos visto, destacó sobre todo el carácter científico en sus investigaciones acerca de la Naturaleza (physis) intentando descubrir los elementos que la componen y el principio (o principios) de la misma.

(Nota: para ahondar en dichas investigaciones, podéis acudir a las distintas entradas dedicadas a los presocráticos en este blog)

Este tipo de reflexiones se agotarán en el siglo V a. C, siendo sustituidas por la reflexión filosófica sobre el hombre y su papel en el seno de la polis. Este es el llamado “giro antropológico” (la antropología es la ciencia que estudia al ser humano, así lo “antropológico” es todo lo relacionado con el hombre): cambio de temática dado al pasar del estudio de la Naturaleza al del hombre.

¿Por qué reflexionar sobre el hombre y su papel “político” (como integrante de la “polis”)? Pues porque es imposible concebir al ateniense del siglo V a. C. como un hombre separado de su posición política y de su papel en la vida pública. Hay que tener en cuenta que lo que se daba en la Atenas de aquella época (que es el marco donde se va a desarrollar la filosofía sofista y socrática e incluso posteriormente la platónica, la aristotélica, así como sus respectivas sucesoras), políticamente hablando, era una “democracia directa o radical”: el poder recaía en una Asamblea que conformaban todos los ciudadanos varones y los cargos públicos eran elegidos por sorteo. En una sociedad de este tipo todo ciudadano tenía “voz y voto” en las decisiones de su polis y entendiendo que las polis eran ciudades-Estado, nos podemos imaginar que las decisiones políticas en torno a la misma no eran ninguna tontería. La Asamblea no se limitaba a determinar cuestiones intrascendentes (cómo celebrar las próximas fiestas o quién debe o no ser homenajeado en ellas), sino que las decisiones que se tomaban eran de vital importancia para el desarrollo de la vida social e individual de la polis (como puede ser el determinar la conveniencia de ir o no a la guerra con otro Estado).

No siempre había sido esta la forma de gobierno ateniense, ni mucho menos. Esta democracia directa o radical fue el resultado de diversas y fuertes reformas políticas que hicieron transitar el poder del arcontado vitalicio de los reyes de Atenas (arconte significa magistrado y designa a la persona o personas que poseen el poder político, militar y, en muchos casos, religioso de la polis); a los arcontes que podían dirigir la polis durante diez años y que eran elegidos entre los aristócratas; hasta finalmente llegar a la Asamblea popular y la elección de cargos públicos por sorteo entre los ciudadanos. Llegados a este punto cualquier ateniense podía estar en la magistratura pública o, como mínimo, participar libremente en la Asamblea proponiendo leyes, vetándolas, haciendo sugerencias, votando cualquier decisión, etc. Unos 1100 ciudadanos adquirían anualmente su compromiso anual con la polis como funcionarios, compromiso que sólo podían desempeñar en ese cargo específico que les tocase una vez en la vida (excepto en el caso del Consejo de los 500) y otros 100 lo hacían por elección y no por sorteo. Esos 100 ciudadanos electos eran los encargados de llevar los asuntos económicos de importancia (se elegían entre los ricos para, en el caso de haber desfalco, tomar lo que hubiesen robado de su propio patrimonio) y los estrategas militares, que se elegían por su pericia y experiencia en combate por motivos obvios.

Todo parece bastante justo y bien organizado a priori ¿verdad? El poder para el demos (pueblo), sin ninguna institución superior que lo domine y decida por ellos las cuestiones que al pueblo afectan (como antaño hicieron reyes, aristócratas o los “ricos” de la polis). Pero lo cierto es que la polis como unidad política entró en crisis al adquirir la democracia como forma de gobierno y dicha crisis se debió a muchos factores económicos y militares, aunque lo que nos interesa aquí es hablar de los factores ideológicos de la misma que sentaron las bases de la discusión filosófica:

¿Es la democracia la mejor forma de gobierno? ¿Es conveniente una democracia de este tipo en el que todos los ciudadanos, hombres “con cultura” y “poco versados”, estén en la misma posición política? ¿Resulta positivo sortear los cargos públicos o deberían ser asignados a los más aptos para desempeñar esos puestos? ¿Existe la manipulación política de aquellos que se muestran más hábiles en el uso de la palabra y la argumentación sobre aquellos que disponen de menos “armas dialécticas”?

Por estas cuestiones comienza a merecerle más la pena al filósofo griego dejar a un lado la investigación de la Naturaleza y reflexionar sobre el hombre y su papel ético-político. En la sociedad que venimos describiendo (una sociedad en la que el “matrimonio” entre individuo y Estado es inquebrantable), comienza a surgir el germen de la “corrupción política” al mismo tiempo que el propio sistema democrático empieza a demostrar sus defectos al poner de relieve que todos los hombres no están igualmente cualificados para hacer funcionar un Estado correctamente. Sócrates y los sofistas se introducirán de lleno en esta discusión, definiendo por el camino la naturaleza humana, su capacidad para conocer la verdad y su comportamiento ético.

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