Vimos en la entrada anterior que el hombre, al igual que la sociedad, tiene una naturaleza tripartita compuesta por lo racional, lo irascible y lo concupiscible. Al igual que en el Estado ideal, el hombre que se pretenda bueno y justo debe ser un hombre equilibrado en el que sus partes más "elevadas" (racional e irascible) gobiernen sobre la más "baja" (concupiscible). Pero debemos recordar que, como también se analizó anteriormente, el individuo no es solo el producto de sus disposiciones naturales, sino también de la educación recibida que potenciará dichas disposiciones
Esto último quiere decir que si bien un individuo puede estar naturalmente más cercano a su parte racional que otro, es la educación lo que potenciará realmente su racionalidad, pudiéndole llegar a convertir a la larga en un sabio con grandes responsabilidades políticas en la sociedad (el gobernante o Filósofo-rey del que habla Platón). La educación, por tanto, es lo que conseguirá desarrollar las virtudes propias de los hombres y como sabemos que cada hombre posee una naturaleza particular, más racional, más irascible o más concupiscible según el caso, las virtudes que se desarrollen en ellos también serán particulares: la sabiduría o prudencia en el caso del hombre esencialmente racional (y que será el gobernante de la ciudad ideal platónica); el valor o coraje en el hombre irascible (que será el guerrero); y la moderación o templanza en el caso del hombre concupiscible (que será el artesano).
Estas tres virtudes, sabiduría, valor y moderación, están reguladas por esa virtud más elevada de todas que regulaba también el orden de la sociedad: la Justicia. La Justicia es la virtud gracias a la cual la sabiduría (o prudencia) se impone al valor (o coraje) y a la moderación (o templanza), regulándolas, haciendo que el individuo obre racionalmente siempre del mejor modo posible. Un guerrero valiente es muy valioso, pero si su valor no está sometido a los dictámenes de la razón pudiera darse el caso de que actuase de forma imprudente. Por ejemplo, lanzándose de cabeza contra un enemigo y poniendo en peligro a los demás por no haberlo hecho en el momento oportuno. El valor, así como la moderación, deben estar controlados por la sabiduría ya que en todo se debe obrar prudentemente si es que se quiere obrar bien. La Justicia es, por tanto, la virtud suprema (de ahí el ponera en mayúsculas) que establece la armonía en el hombre, imponiendo los límites y proporción en cada una de las virtudes propias de cada aspecto de su ser (repitamos: racional, irascible y concupiscible). elevándolas a su máxima potencia.

En la próxima entrada, al igual que hicimos con su parte teórica, veremos una guía-resumen de la teoría etico-política del filósofo ateniense para entender la misma en poco pasos, centrándonos en lo esencial.
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