Lo que Sócrates propone, en oposición a los sofistas, es descubrir el verdadero saber o, dicho de otro modo, encontrar el saber que nos conduzca a la “Verdad”. Y no se trata solo de hacer que los hombres sean sabios, sino de conseguir que obren correctamente, sabiendo por qué lo hacen, es decir, que usen su sabiduría para un fin práctico. Recordemos que el objetivo de Sócrates (como ya se dijo en la entrada anterior) no era otro que la reforma social y política de su amada, pero ahora desmejorada, Atenas. Así, toda su orientación científico-filosófica, toda su búsqueda de la “Verdad” lleva consigo un propósito práctico y no puramente teórico. En pocas palabras, Sócrates trata de hacer que los ciudadanos atenienses sean mejores hombres a través del conocimiento y la Filosofía, porque de esa manera Atenas será una mejor ciudad.
¿Por qué el conocimiento resulta necesario para la acción (para la “buena” acción al menos)? Para Sócrates, el “bien”, el buen obrar, posee un valor absoluto y siempre produce un bien por sí mismo. Si esto es conocido por el individuo (que el “bien” siempre conduce al “bien”), entonces ya no le quede la posibilidad de decantarse por el mal. El mal es para Sócrates mera ignorancia. Si alguien obra mal es porque cree que ese mal le va a repercutir en un bien para sí mismo, pero esto, cree Sócrates, es un error. Lo único que nos puede procurar un bien es el “bien” mismo y, por ende, el mal únicamente engendra “mal”. Así si un individuo se decanta por el mal es porque no sabe esto y es, en definitiva, un ignorante. Sacar a los hombres de esta ignorancia será prioritario para el filósofo, ya que esta es el mal endémico que corroe a los griegos de su tiempo.
Todo verdadero saber debe partir de conceptos exactos (lo hemos visto claramente en el caso del “bien”: si queremos llevarlo a cabo debemos conocerlo), pero como vemos, este hecho, para Sócrates, no solo atañe al conocimiento de carácter científico, sino también al moral o de tipo práctico. Sócrates no distingue entre moral y ciencia porque no es capaz de concebir un saber sin virtud ni una virtud sin saber.
Para explicar esto en términos sencillos siempre recurro a un ejemplo muy fácil de comprender: ¿Por qué un panadero es un buen panadero? La respuesta está clara: porque sabe hacer bien el pan. Porque “sabe hacer bien” el pan. “Sabe hacer” es la clave de la respuesta porque parece que, en realidad, todos damos por supuesto que para “hacer bien algo” hay que “saber hacerlo”. No hay buena acción sin conocimiento. Cuando generalmente pongo este ejemplo a un alumno recurro al oficio o profesión de su padre o madre y casi siempre la respuesta es esta o similar: “porque conoce su trabajo”, “porque es lo que sabe hacer”, “porque es para lo que se preparó”… En todas ellas lo que subyace es lo mismo: un individuo sabe desempeñar su oficio cuando tiene el conocimiento adecuado para desempeñarlo.
Esto, que tan claro parecían tener los atenienses de la época en cuanto a los oficios tradicionales, no se aplicaba a todos los ámbitos de la vida. Sócrates será muy crítico con el hecho de que este principio, que dicta que “para hacer algo bien hay que saber hacerlo”, no se aplique a algo tan trascendental como la política y el gobierno de la ciudad. Cualquier ateniense hubiese coincidido en que el mejor herrero de la ciudad lo era porque conocía su oficio, pero en cambio parecía que cualquier persona podía desempeñar labores políticas. El hecho de que todo ciudadano pudiese participar en política (en las Asambleas Populares o por haberle tocado por sorteo desempeñar un cargo público) parece conducir a la creencia de que no hace falta ningún tipo de conocimiento especial para desarrollarla. Cualquiera no puede ser el panadero, zapatero, herrero, etc. de la ciudad, pero sí que podemos dejar en manos de cualquiera el dinero de las arcas públicas, la gestión de asuntos de justicia, educación… O al menos eso creían los atenienses del siglo V a. C.
Para Sócrates, esto no tenía sentido ninguno. Existe, en todo lo que el hombre pueda hacer, siempre la doble posibilidad de hacer las cosas “bien” o “mal”. En toda actividad hay un “arte” que debe ser conocido por el individuo si quiere desarrollarla correctamente. Existe el “arte” de la herrería, de la panadería, de la zapatería, etc. como también existe el “arte” de gobernar, de impartir justicia, de educar, etc. actividades que, no por parecer menos concretas, no necesiten de una formación previa para desempeñarlas bien. Si alguien quiere ser bueno en algo, debe conocer y dominar el “arte” de ese algo. Máxime, opinará Sócrates, cuando aquella actividad que se desempeña es de vital importancia para el buen curso de la polis. Uno puede pasar por comer pan de una peor calidad al que se come más allá, pero no por una mala gestión que lleve al Estado a una guerra innecesaria, a ser gobernado por unas leyes injustas, una mala gestión económica, etc. porque de estas decisiones depende algo más trascendental que la calidad del pan: la propia vida de los ciudadanos, su poder adquisitivo, sus retribuciones en caso de que se cometa injusticia contra ellos…
(Curioso esquema extraído de un artículo de www.boliviademocratica.net. En dicho artículo se relaciona los problemas sociales con la ignorancia latente en la propia sociedad que los padece, en ese caso particular la sociedad boliviana. La relación es directamente proporcional: a mayor conocimiento, mayor conciencia, virtud, amor... y, por tanto, mayor desarrollo; a mayor ignorancia, mayor inmoralidad, inacción, crisis, etc. En el artículo mismo del que está extraído el esquema (http://www.boliviademocratica.net/mapas/virtud-conocimiento-y-accion-0-200877-196005.html) se cita al propio Sócrates)
El papel de la política, como vemos, es principal en la vida humana y, por ello, se precisa que sea llevado a cabo por personas aptas, por buenos gobernantes. El buen gobernante, en definitiva, será aquel que conozca el “arte” de gobernar, es decir, aquel que acumule la sabiduría suficiente en el ámbito político para llevar al Estado (polis) a buen puerto y si dejamos el gobierno en manos de aquellos que no saben absolutamente nada de política, lo lógico es que las cosas funcionen mal en al ámbito público, con todo lo que ello conlleva.
Recapitulando: Para Sócrates, conocer la “Verdad”, orientarnos hacia el verdadero saber, no es sólo una cuestión teórica, sino también de tipo práctico. Para “hacer” algo bien, debemos “saber” cómo hacerlo. Y esto es aplicable, en su opinión, a todos los ámbitos de la vida, desde los más triviales a los más trascendentales. Así si acordamos que para hacer bien cualquier cosa (hornear pan, arreglar zapatos, forjar espadas…) debemos poseer el conocimiento necesario para hacerlo, no menos lo tendremos que tener en cuenta en cuestiones de vital importancia como la política y el gobierno de la ciudad, como ocurría en la Atenas del siglo V a. C. Sócrates propone algo lógico a sus conciudadanos: si a nadie se le ocurre sortear quién va a ser el panadero, el herrero o el zapatero de la ciudad ¿por qué sorteamos a quienes nos van a gobernar, cuando estos tomarán decisiones de las que dependerán nuestras propias vidas?
1 comentario:
falta + decoración y llamatividad¡¡¡¡¡¡¡¡¡ pero muyyyy bno
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