1) Trasímaco de Calcedonia, Bitinia, vivió entre el 459 y el 400 a. C. Aunque fue alumno de Sócrates, Platón lo retrata en “La República” como un auténtico sofista.
La ley humana (nomos), en su opinión, no es más que la expresión del interés de los más fuertes. Los hombres buenos y justos siempre salen perjudicados, mientras que el injusto lo hace beneficiado. El derecho, en definitiva, es la fuerza: cuanta más fuerza tenga, más derecho tendré a poseer todo lo que mi poder me capacite para obtener. Lo que Trasímaco está reivindicando es que la ley natural del más fuerte la apliquemos a la sociedad humana.
Para Sócrates, el pensamiento de Trasímaco es una clara muestra de la crisis del espíritu griego de la época, ya que este llega a afirmar que “es más provechoso cometer una injusticia que sufrirla”. Si cometo una injusticia hacia otro hombre puedo sacar un beneficio, pero al sufrir una injusticia en mis carnes lo único que obtendré es algo negativo y perjudicial para mí.
También se presentará como un moralista desengañado al sostener que los dioses ignoran los asuntos humanos. No hay más que observar como marcha todo, sobre todo en cuestiones de justicia, para constatarlo.
2) Antifonte de Atenas (480-411 a. C.) se ganó una gran reputación como sofista escribiendo discursos y defensas para los litigios judiciales (en la Atenas de la época se exigía a las personas que se defendiesen ellas mismas en los juicios).
Para Antifonte lo verdadero, lo real, es la Naturaleza, mientras que el mundo humano (cultura) es lo falso o aparente. Así, si lo bueno es lo natural, a lo que debe aspirar el hombre es a trazar una ley humana convencional (nomos) lo más cercana a la Naturaleza posible. En muchas ocasiones, piensa Antifonte, lo antinatural de las leyes humanas lleva a concebir reglas y normas contrarias a la propia Naturaleza. Esta creencia le llevó a ser portavoz de un sentido democrático muy avanzado para su tiempo: Todos los hombres son iguales sin distinción, denunciando como barbarie la separación artificial entre nobles y plebeyos, griegos y bárbaros. En el estado natural, todos somos iguales, las diferencias entre hombres son sociales y, por tanto, convencionales y artificiales.
“Respetamos y veneramos a los que son de padres nobles, y no respetamos ni veneramos a los que no son de noble casa. En esto nos tratamos unos a otros como bárbaros, puesto que por naturaleza somos todos de igual manera en todo, bárbaros y griegos.”
En mi opinión, es admirable esta concepción del ser humano y por más que el término “sofista” conlleve una carga negativa para la mayoría, veo a este sofista, Antifonte, como un auténtico humanista.
3) Hipias de Élide, nacido a mediados del siglo V a. C. (sus fechas de nacimiento y muerte no están determinadas), fue conocido como “el sofista enciclopédico” por la amplitud de sus conocimiento y, parece ser, por su prodigiosa memoria (fue creado de los sistema mnemotécnicos, de los cuales se servía para retener gran cantidad de datos). Fue un maestro en la argumentación y, pese a sus vastos conocimientos, sus enseñanzas estaban orientadas a las habilidades retóricas y no a la impartición de contenidos teóricos. Su tesis fundamental consistía en mantener la existencia de una naturaleza común para todos los griegos (sentimiento panhelénico). Solo convenciones artificiales provocaban los enfrentamientos entre ellos.
4) Pródico, natural de Ceos (una de las islas Cícladas griegas), vivió entre el 460 y el 395 a. C., 65 años en total que no le sentarían nada bien ya que llegó a afirmar que una muerte temprana era un regalo de los dioses. Defendió fuertemente el relativismo ético y lo extendió al ámbito teológico al exponer una curiosa interpretación religiosa, muy utilitarista, para la época en la que vivió: Los hombres siempre han venerado a todo aquello de lo que dependían sus vidas (el Sol, el agua, el fuego…), pero en cuanto comenzaron a desarrollar la técnica que les hacía independientes de esas causas y fuerzas externas, pasaron a adorar a los inventores de las mismas.
5) Critias de Atenas (460 – 403 a. C.) fue tío carnal del mismísimo Platón, imaginamos que para disgusto de este último. Normalmente es recordado por su participación en el gobierno de los Treinta Tiranos de Atenas, impuesto por los espartanos a la conclusión de las Guerras del Peloponeso, pero Critias fue también un autor muy prolífico, de gran actividad literaria.
Manifestó un gran interés por todo lo relativo al horizonte cultural e histórico humano. Como aristócrata se mostró en decidida oposición a la democracia. En materia moral, de hecho, defendía el punto de vista tradicional aristocrático de la virtud (areté): Es una condición que se hereda, pues pertenece a la naturaleza de los individuos, aunque sí que reconocía la importancia de la educación.
En materia de religión sostuvo que los dioses son la invención genial de algunos hombres de la antigüedad para controlar la maldad del resto de los hombres. Estos dioses serían la garantía para que las leyes se cumplieran. De no existir dicha garantía, el hombre, debido a su nefasta naturaleza, desobedecería las leyes siempre en pos de su propio interés. Como vemos, Critias era muy pesimista con respecto a la naturaleza humana que definía como esencialmente egoísta.
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