Si hacemos caso de Teofrasto tendremos que admitir que Anaxímenes fue discípulo de Anaximandro. Quizás esto no fuese así, quizás fuesen amigos, compañeros de discusión o quizás ni siquiera se aguantaban, pero desde que Teofrasto intuyó la utilidad (y lo mucho que facilitaría a los estudiosos su labor) de agrupar a los filósofos en escuelas en función de sus lugares de origen, todos tomamos este dato por bueno, sobre todo por lo poco que sabemos de la vida de Anaxímenes. Su nacimiento queda fechado entre el 586/585 y el 560/557 a. de C. y su muerte unos sesenta años después de nacer, pero todo esto se hace de modo hipotético a partir de informaciones difusas como la que nos proporciona el historiador Apolodoro: Anaxímenes nació en la época de la toma de Sardes y murió antes de que la ciudad de Mileto fuera destruida. Baste esto para ilustrar lo poco que sabemos sobre la vida de un autor al que ni siquiera podemos darle una fecha de nacimiento y defunción precisas.
En cuanto a su estilo y pensamiento si podemos decir algo más. Teofrasto conoció al menos parte del libro que escribió sobre la naturaleza y del mismo destaca su estilo claro y directo en contraposición con el de Anaximandro, mucho más poético. No obstante, Anaxímenes, “el escritor claro y directo”, ha sido tomado muchas veces como el causante del retroceso en el pensamiento milesio y en el avance de la Filosofía en general. Anaximandro había dado un paso importante con respecto a Tales al rechazar todo elemento físico existente como principio de la realidad (su motivo: si todo proviene del agua, como sostenía Tales, todo se acabará convirtiendo en agua y esto, en su opinión, no se produce), pero Anaxímenes volverá a concebir un principio físico como el arché del cual surge todo lo existente: el aire.
Es cierto que al proponer el aire como arché, Anaxímenes se va a alejar del grado de abstracción que había alcanzado Anaximandro con su ápeiron (para saber más sobre Anaximandro y su ápeiron podéis leer la entrada dedicada al mismo), pero también es verdad que el aire es el menos determinado de los que se consideraban elementos simples (agua, aire, fuego y tierra). El aire carece de color, olor, sabor o forma y por tanto, en el fondo, no son tan diferentes las propuestas de Anaximandro y Anaxímenes (apeirón y aire) como el “por qué” de las mismas. Expliquemos esto:
Anaximandro creía que debía existir necesariamente una distancia entre el principio (el elemento del cual deriva todo lo que existe, el arché) y aquello que surgía de dicho principio (que es ni más ni menos que todo lo que existe). Esta distancia requería separar el principio de lo principiado, es decir, el arché (que era ese ápeiron indeterminado, abstracto…) de todo lo que de él surgía (el agua, el aire, la tierra, los seres que habitan en el mundo, los planetas…) ya que de no ser así, todo volvería a convertirse en el principio del que está compuesto y no toda la materia se descompone de la misma forma ni llega al mismo elemento esencial. Anaxímenes, por el contrario, creerá que no existe esa distancia ontológica (la ontología es la rama de la metafísica que se ocupa de los “entes”, es decir, de aquello que existe) entre el principio y lo principiado y que, de hecho, lo que hay que explicar es cómo desde dicho principio se separa o surge todo lo que de él se deriva. Es decir, y esto es lo que hay que mirar bien, la idea de Anaxímenes en este punto sí que es contraria a Anaximandro (como no lo es tanto en el nombre y características que ambos le dan al arché): si del arché o primer principio se deriva todo lo que existe es porque de este principio y los cambios que sobre él se dan surge toda la variedad de la realidad que conocemos. Por decirlo de una manera más sencilla: si del aire surge todo, todo lo que existe (la tierra, los seres vivos, el agua…), lo que debemos encontrar son los procesos o formas de cambio que provocan que el aire se llegue a transformar en todos los entes o cosas que existen en la realidad.
Así, Anaxímenes buscará explicar los procesos a través de los cuales se genera el Cosmos a partir del arché, ni más ni menos. Los procesos propuestos serán dos: condensación y rarefacción. Por la rarefacción el aire se transforma en fuego y por la condensación en nube, la nube en lluvia, la lluvia en tierra y la tierra en piedra (forma suprema de la condensación). De esta manera, partiendo del aire, podemos explicar todos los elementos que componen el Cosmos.
¿Cuál es la novedad de la filosofía de Anaxímenes? La idea de cambio cualitativo y la explicación física de esos cambios que en la realidad provocan toda la diversidad de objetos, seres y, en definitiva, entes que existen. No hace falta ser muy observador para notar que la filosofía de Anaxímenes se aproxima más a la ciencia en su sentido moderno que a la noción clásica de Filosofía que todos podemos tener en la cabeza (como ciencia humana que versa sobre los fundamentos de la realidad, la moral, la política… y todas esas cuestiones “no matematizables”).
Igual que vimos que en Tales el postular que el agua fuese el primer principio (arché, aunque él no utilizase tal término) provenía de ciertas observaciones (la tierra flota sobre el agua o el agua es fuente de vida y sustancia esencial para sostener la misma), en la propuesta de Anaxímenes del aire como arché también podemos encontrar una observación clave que pudo fomentar tal idea: la idea de la respiración como fuente de vida en los seres humanos. Esta pudo ser llevada por medio de una analogía del microcosmos humano al macrocosmos: todo el Cosmos necesita del aire para subsistir.
La observación fue pieza clave en el pensamiento de Anaxímenes: para llegar a la idea de los cambios cualitativos (que como hemos explicado son los que provocan que desde un primer principio, el aire, se llegue a la formación de todos los entes que existen) se valió de parejas de conceptos opuestos: denso-sutil ligero-pesado y frío-caliente. El frío, la densidad y la gravedad de la piedra se oponen al calor y la sutileza del fuego. Anaxímenes fundamentó todo esto en otro argumento por analogía muy característico: cuando respiramos con la boca abierta sale aire ligero y caliente, mientras que, si soplamos por una pequeña abertura de los labios, el aire sale a presión y frío. Este es un buen ejemplo de cómo el pensamiento arcaico supo sacar provecho de una extraordinariamente aguda observación de acontecimientos cotidianos.
Como decíamos al principio poco sabemos de la vida de Anaxímenes, pero gracias a Diógenes Laercio (en su "Vidas de filósofos ilustres") podemos rescatar una anécdota en forma de carta que Anaxímenes parece que escribió a Pitágoras:
Anaxímenes y "el miedo a la guerra": La carta para Pitágoras decía lo siguiente: "Me pareció muy bien que partieses de Samos a Crotona para vivir tranquilo, pues los hijos de Eaco y otros obran muy mal, y a los milesios nunca les faltan tiranos. No menos nos es temible el rey de Persia, si no queremos ser sus tributarios; bien que parece que los jonios saldrán a campaña con los persas, por la libertad común. Si se efectúa la guerra, no me queda esperanza de salvarme. Porque ¿cómo podrá Anaxímenes estar en observación de los cielos, si está temiendo de un momento a otro la muerte o el cautiverio? Tú eres estimado de los crotoniatas y demás italianos, sin que te falten también aficionados en Sicilia".
Lo que más me llama la atención de dicha carta (más allá del hecho de que Anaxímenes hable de sí mismo en tercera persona) es cuando el filósofo milesio le comenta a Pitágoras que si llega la guerra poca esperanza tendrá de salvarse, porque liado como siempre andaba en la investigación de los cielos y tratando de descubrir el funcionamiento del Cosmos difícilmente vería venir la lanza o espada del enemigo que le daría muerte o la red con la que le capturarían. Grande Anaxímenes que ni en tiempo de guerra pararía el tío de de filosofar.
"Anaxímenes y Diógenes (de Apolonia) dijeron, que el aire es anterior al agua, y que es el primer principio de los cuerpos simples (...) Por lo que precede se ve, que todos estos filósofos han tomado por punto de partida la materia, considerándola como causa única. Una vez en este punto, se vieron precisados a caminar adelante y a entrar en nuevas indagaciones. Es indudable que toda destrucción y toda producción proceden de algún principio, ya sea único o múltiple. Pero ¿de dónde proceden estos efectos, y cuál es la causa? Porque, en verdad, el sujeto mismo no puede ser autor de sus propios cambios."
Aristóteles, Metafísica 1:3
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