El pensamiento de Platón se desarrolla durante la primera mitad del siglo IV a. C., aunque el nació, como vimos, en el último tercio del siglo V a.C. Dicho siglo había sido el periodo de esplendor de Atenas, el llamado “Siglo de Pericles”, con la victoria en las Guerras Médicas frente a los persas. El siglo IV, por el contrario, será el de una profunda decadencia debido a diversos factores: la acusación de corrupción política hacia la figura de Pericles (al que se le señala como culpable de apropiarse de dinero público), la epidemia de peste (que acabó con uno o dos tercios de la población ateniense) y, sobre todo, la Guerra del Peloponeso, que marcarán el devenir político-social de Atenas, sumiéndola en una depresión de la que jamás se terminó de recuperar. Esta guerra transcurrió entre los años 431-404 a. C. y concluyó con la derrota de Atenas frente a Esparta. Ambas eran las dos grandes potencias griegas en disputa por la hegemonía de Grecia, comandando la Liga de Delos, la primera, y la Liga del Peloponeso, la segunda. Tras dicha derrota, los atenienses tuvieron que vivir bajo el gobierno impuesto por Esparta, denominado de los “Treinta Tiranos”. Este gobierno oligárquico estaba formado por exiliados atenienses antidemocráticos que, obviamente, servían a los propios espartanos directamente, controlando a la polis rival. No obstante, el gobierno de los "Treinta Tiranos" durará apenas un año y será destituido debido al arraigado sentimiento democrático de la población ateniense. En el 403 a. C., los atenienses restauran la democracia, eso sí, una democracia muy debilitada ya y que generaba mucha desconfianza en la población que había vivido penurias tan grandes hacía tan poco tiempo. Para Platón, esta decadencia del modelo democrático adquiere máxima significación en el juicio a Sócrates, que acabaría desembocando en la sentencia de muerte para el mismo: ¿cómo es posible que el mejor hombre, el más sabio y más justo, según las propias palabras de Platón, sea condenado a muerte si no es por la propia corrupción y decadencia de la democracia ateniense?
No obstante, Atenas parece recuperar parte de su esplendor pasado, pero esto no será más que un espejismo. Poco después (ya muerto Platón), con la expansión del Imperio macedónico (primero con Filipo y después con su hijo Alejandro Magno), entra en colapso el ideal griego y de la polis: la forma básica de organización política, la ciudad-Estado que se autogestiona a través de los ciudadanos que la integran, es sustituida por el modelo imperial, en el que los individuos no son más que súbditos al servicio de un Emperador que monopoliza la legislación y el gobierno de sus territorios.
No obstante, Atenas parece recuperar parte de su esplendor pasado, pero esto no será más que un espejismo. Poco después (ya muerto Platón), con la expansión del Imperio macedónico (primero con Filipo y después con su hijo Alejandro Magno), entra en colapso el ideal griego y de la polis: la forma básica de organización política, la ciudad-Estado que se autogestiona a través de los ciudadanos que la integran, es sustituida por el modelo imperial, en el que los individuos no son más que súbditos al servicio de un Emperador que monopoliza la legislación y el gobierno de sus territorios.
Esta crisis del mundo ateniense acontecida durante el siglo IV a. C. se ve representada en todos los órdenes de la cultura con el tránsito del arte clásico, característico aún de la época de Platón, donde rige el ideal del orden, la serenidad y la racionalidad, (concepto de canon) al helenismo posterior que expresará movimientos violentos y el sufrimiento humano. Los tres órdenes arquitectónicos (dórico, jónico y corintio) irán progresivamente sofisticándose. La tragedia evolucionará desde los héroes de Esquilo y Sófocles, heroicos en la desgracia, a los posteriores de Eurípides, más humanizados. También cabe destacar a Tucídides, para muchos el primer historiador y aquel autor con el que nace la historiografía propiamente. Tucídides afirma que el relato histórico se tiene que atener a la narración de los hechos verídicos: solo lo que se ha visto se puede contar (y bajo esta idea general de lo que debe ser la Historia y la narración de la misma escribió su "Histora de la Guerra del Peloponeso").
En cuanto al contexto filosófico, podemos destacar las influencias presocráticas de Pitágoras (importancia de las matemáticas y teorías sobre el alma), Anaxágoras (todo es conducido por la inteligencia y la inteligencia es capaz de entender ese todo) y, por supuesto, Parménides (que con su dualismo "Ser-no Ser” sentaría las bases para la división de los ámbitos inteligible y sensible que realizaría Platón).
La pregunta por el arché, característica del periodo cosmológico presocrático, cambiará hacia la pregunta por la realidad humana (conocimiento, moral y política) que intentará ser respondida por los sofistas y Sócrates. Los sofistas defenderán el relativismo y el escepticismo asegurando que es imposible el conocimiento objetivo de la realidad. Todo lo que existe en cuestión de conocimiento son opiniones particulares, entre las cuales no se puede imponer una como la única verdadera y objetiva (es por esto que su relativismo les conducía al escepticismo: la verdad es inalcanzable por definición). En la moral serán también relativistas, postulando la convencionalidad de la ley humana y, por tanto, la posibilidad de cambiar y alterar los acuerdos o directamente la justificación de la imposición del más fuerte. Para la consecución de tales logros, la Retórica como arte de convencer a los demás, incluso en la Asamblea, se antojaba una herramienta muy útil y digna de ser enseñada en cursos privados con los cuales los sofistas cobraban sus honorarios. El objetivo de la vida humana para el sofista es alcanzar el éxito, no encontrar la verdad. Sócrates, hacia el que se decantará clara y unívocamente Platón, en cambio, defenderá la posibilidad del conocimiento objetivo y verdadero, un conocimiento que tendrá una repercusión especial en el ámbito moral, buscando establecer conceptos universales que expresen qué es la Virtud, la Justicia, el Bien, etc., para poder llevarlos a cabo en la práctica. Bajo esta óptica, la sofística es vista como una forma de corrupción intelectual que debe ser exterminada de raíz, porque en su expansión verían tanto Sócrates como el propio Platón la causa principal de la emergente decadencia ateniense del momento.
Posteriormente Platón unirá la pregunta cosmológica de los presocráticos a la antropológica de sofistas y Sócrates, creando un sistema filosófico completo que trata de explicar la Realidad, la Verdad y el Bien. Desea aplicar dichos conocimientos a la sociedad griega, acabando así con la crisis en la que se encuentra sumida. Así, la filosofía platónica es un estudio realizado por y para el hombre. Su esfuerzo especulativo tiene un fin eminentemente práctico: la construcción de una sociedad perfecta, justa y buena en toda la magnitud de estos conceptos.
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