Odio el academicismo. Me gustaría empezar de esta forma el blog, diciéndolo tajantemente porque trataré de huir de él tanto como me sea posible. Es decir, me encanta la Filosofía (hasta el punto de no poder concebir mi vida sin ella), pero ello no me hace adorar la pedantería, aunque algunos parezcan asociarlas irremediablemente entre sí. Cuando alguien es capaz de exponer sus argumentos de forma sencilla y concisa, cuando se hace entender sin tecnicismos haciendo que todo quede ahí mismo, al alcance de la mano, es cuando nos encontramos con un pensamiento vivo y real que podemos hacer nuestro, un pensamiento con el que podemos dialogar.
Por supuesto, también odio el elitismo. He visto a un alumno de primero de carrera decir por televisión que los filósofos son los “verdaderos sabios” y comprobé de primera mano, cuando yo mismo estaba cursando la licenciatura, como muchos de mis compañeros y profesores parecían creerse la afirmación de dicho “alumno televisivo”. O soy un bicho raro o ellos no comprendieron nada, pero tras estudiar Filosofía (y con “tras estudiar Filosofía” me refiero a terminar la carrera), lejos de obtener ninguna respuesta a mis interrogantes, únicamente conseguí más y más preguntas, más y más dudas que acumular en mi saco, por si no tenía ya bastante para, por lo menos, tres vidas humanas o cuatro antes de hacerlo. No creo que el filósofo esté hecho de una “pasta especial”, quizás sí acumule más inquietudes y se cuestione más las cosas que la mayoría, pero básicamente no deja de tener los mismos problemas, las mismas dudas e inseguridades que cualquier otro hombre.
Cierto es que vivimos en un mundo donde la reflexión en general y la Filosofía en particular no parecen tener mucha cabida, pero en gran parte la culpa de ello la tenemos nosotros, aquellos que la estudiamos a fondo al tiempo que tratamos de enseñarla sin conseguir hacer ver a nuestros alumnos (o allegados interesados en la Filosofía) la conexión que hay entre estas enseñanzas y sus propias vidas. La Filosofía ha quedado relegada a ser un “complejo e impersonal trabajo de erudición”, algo sólo manejable por especialistas. Es como si los veintiocho siglos de pensamiento occidental hubiesen servido exclusivamente para crear un lenguaje privado “sólo apto para filósofos”. Un lenguaje así está muerto, está alejado de la vida y por ello no nos debería resultar tan extraño que la Filosofía ocupe el lugar olvidado que ocupa hoy en día.
La reflexión es una herramienta y, como toda herramienta, sólo cobra su sentido cuando es utilizada. El conocimiento que se queda en conocimiento no es nada. La teoría que se queda en teoría no es nada. La sabiduría que se queda en sabiduría no es ni tan siquiera verdadera sabiduría.
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